sábado, 23 de mayo de 2009

Anecdotario (4ª visita)

En otro de mis viajes, me instale en un hostalito del centro de la capital. Era hermoso y familiar. Allí pude ver uno de los capítulos mas curiosos de mi viaje: la mezcla de culturas de aquel extraño lugar.

Era ya de madrugada; se escuchaban voces al otro lado de la puerta; no podía dormir bien debido a mi añoranza. Sentía mucha pena de mi querido Truko, esta vez no pudo acompañarme. Las voces se hacían cada vez más fuertes hasta que, de pronto, el silencio se apoderó del lugar. No le di más importancia, para bien o para mal, la sociedad acostumbra a uno a esas estridentes alarmas, sirenas, gritos,… El precio de la evolución humana… su carencia de silencio. El sueño se apoderó de mi ya muy tarde.
A la mañana siguiente, un buen hombre, un huésped como yo, entablo una amigable conversación; él venia solo, y por lo que vi, tenia ganas de hablar. Le invite a la sala del hostalito, a tomar un café, y degustar uno de los pocos puros cubanos que me quedaban. Él era el dueño de los gritos de la noche anterior. Muy ofendido me contaba como la policía había entrado sin previo aviso, armas en mano, con gritos, llevándole sin mediar palabra al cuartelillo mas cercano. Así se las gastan en esta ciudad; en estos momentos es cuando mas añoro mi ciudad natal, Madrid… con su despistado cuerpo policial.
En fin, aquel hombre bueno seguía relatando mientras degustábamos el café, para terminar, muy extrañado, (que no, avergonzado), confesándose ante mí… Él, verdaderamente había cometido una pena: había matado a un hombre años atrás. En otro país, hacía mucho. Él no entendía qué estaba pasando, si ya había cumplido su pena.
Aquel señor había cambiado de país para purificar su alma, limpiar su espíritu de aquellos males cometidos en su adolescencia… Y realmente él pensaba que así había sucedido, sus pecados habían desaparecido… Que ofendido estaba… Que locura… A día de hoy, aun mantengo correspondencia con aquel hombre bueno. Una persona brillante. Un arrepentido asesino.

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