miércoles, 22 de abril de 2009

Anecdotario (2ª visita)

Anduve mucho rato por esa interminable calle, bajo un sol intenso, el sudor me empapaba, solo quería llegar y rezar para que hubiese agua en la habitación de la pensión. Por supuesto, no había. Iluso de mí. Así que me quedé en la terraza con una cerveza y seguí con mi anecdotario boli en mano. Los niños jugaban a mi ardedor; todos menos uno que no me quitaba el ojo de encima. Bueno, a mi no, a mi cuaderno. “¿Te gusta?” el niño ni papa, claro. El idioma de los nativos no era mi fuerte, así que, como un mimo tonto, comencé a señalar mi bolígrafo de propaganda y a decirle “boli”, a señalarme a mi mismo y decirle mi nombre y a señalarle a él a ver si me decía su nombre. Nanú era tal; Nanú pasó todos los días de mi estancia conmigo, con mi boli, cuaderno y palabras. Sus hermanos alguna vez preguntaban, pero preferían jugar con las piedras. Días antes de marchar, me acerque a la tienda de intercambio a buscar mas bolis de propaganda y algún que otro cuaderno en blanco. Los ojos de Nanú se abrieron de una forma exagerada y en su cara apareció una sonrisa que llenaba el espacio y paraba el tiempo, que feliz, pero es mas, que curiosidad había en ese niño, que ganas de aprender lo desconocido. Me hizo transcribir al español, con todas sus letras, los dibujos que pacientemente había hecho para que yo comprendiese su idioma. Aprendió en muy poco tiempo frases completas, empapeló la zona de servicio con las hojas de aquel cuaderno.
Hoy, tengo en mi vieja casa del sur algunos de aquellos elefantes trazados con la tinta oscura de mi viejo bolígrafo de propaganda.

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